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Disrupción + Destrucción
10 Marzo, 2020
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  • Columnas de Opinión,
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Disrupción + Destrucción

José Ramón Valente: “La historia nos muestra que cuando la economía mundial estornuda, Chile se resfría”.

Además del irreparable costo en vidas humanas, el coronavirus está causando estragos en la economía mundial. Se están suspendiendo vuelos, seminarios, cruceros, etc. Pero lo más grave es que hay ciudades enteras en China, Corea e Italia, por nombrar las más relevantes, en que simplemente no se les permite a las personas ir a sus trabajos. Las medidas sanitarias tomadas por los distintos países para controlar la expansión de la enfermedad están produciendo una disrupción significativa en la cadena global de suministros. En español eso significa que podría haber en los próximos meses escasez de algunos productos que usted consume cotidianamente.

En los últimos días el pánico se ha apoderado de los inversionistas globales que no logran dimensionar los efectos de la expansión del virus y, por lo mismo, han decidido vender sus posiciones más riesgosas y resguardarse en los activos más seguros del planeta como el oro, el yen y los bonos del tesoro de EE.UU. El resultado de esto ha sido una caída generalizada de las acciones a nivel mundial y una fuerte depreciación de las monedas de los países considerados menos seguros.

El riesgo de todo esto es que se tranque el engranaje de la economía mundial y esta detenga su crecimiento. La OCDE publicó un informe la semana pasada, antes de la caída más violenta de los mercados financieros, en que proyectaba una caída de casi medio punto en el crecimiento del mundo este 2020, dejándolo en un menguado 2,4%. Para que tenga alguna referencia respecto a ese número, considere que en los últimos 20 años y en los últimos 10 años la expansión promedio de la economía mundial ha sido de 5,7% y 5,4%, respectivamente, incluyendo la crisis financiera de 2008-2009.

Aunque resulte un tanto sarcástico dadas las circunstancias, cabe recordar que la historia nos muestra que cuando la economía mundial estornuda, Chile se resfría. Ya estamos empezando a vislumbrar cómo podrían transmitirse los efectos económicos de esta enfermedad hacia Chile. En efecto, una de las últimas víctimas del coronavirus es el precio del petróleo, que ayer se desplomó más de 30% después de que fracasaran las negociaciones entre Arabia Saudita y Rusia para restringir la producción mundial. Dicha caída arrastró a otros precios de bienes básicos como el cobre, que sin tener velas en este entierro terminó cayendo 2,5% quedando por debajo de los US$ 2,5. Como consecuencia de lo anterior y siguiendo la tendencia de los precios mundiales de activos riesgosos, el precio del dólar se empinó sobre los 840 pesos y la acciones locales cayeron cerca de 5%.

La mayoría de los chilenos podrá pensar que no les va ni les viene el precio de las acciones y que no estaban pensando viajar, así que tampoco les importa el tipo de cambio. Bueno, eso sería un grave error. Primero, porque la caída en el precio de las acciones afecta negativamente los ahorros que más de 9 millones de chilenos tienen en sus cuentas individuales administradas por las AFP. Segundo, porque el precio del dólar no solo afecta a los que viajan. Los chilenos compramos en dólares a otros países desde autos hasta ropa interior. Así que a menos que Ud. no esté pensando en comprar ninguno de esos productos, u otros que provienen del extranjero, su poder de compra se verá reducido por el alza del tipo de cambio.

Un tercer elemento, probablemente el más crítico de todos, son las restricciones de liquidez que vendrán si la crisis se sigue agravando. Nuevamente, si traducimos esto al español, significa que los bancos darán menos créditos para viviendas, menos préstamos para las pymes y créditos de consumo más caros para millones de chilenos.

Lamentablemente, las señales de las últimas semanas indican que de una u otra forma todos nos vamos a contagiar con el coronavirus. Algunos, esperemos que sean los menos, desarrollarán la enfermedad. El resto tendrá que sufrir los efectos económicos adversos de la misma.

La esperanza está puesta en dos cartas. Primero, los analistas internacionales apuestan a que la recuperación de la economía mundial podría ser muy rápida una vez que se logre dimensionar los efectos del virus. Sus esperanzas se fundan en que una pandemia es disruptiva pero no destructiva, como lo sería un terremoto o una guerra. De manera tal que la producción mundial de bienes y servicios podría recuperarse rápidamente. El segundo comodín tiene que ver con lo que puedan hacer concertadamente las autoridades económicas mundiales. En efecto, tanto gobiernos como bancos centrales de todo el mundo ya han comenzado a tomar medidas paliativas, como reducción en las tasas de interés y programas especiales de aumento del gasto público.

La mala noticia para nosotros los chilenos es que la disrupción del coronavirus se viene a sumar a la destrucción de la infraestructura, la convivencia cívica y las confianzas producidas a partir de las manifestaciones de octubre del año pasado. Para más remate, con un dólar a 840 pesos y una inflación en alza, a nuestro Banco Central podría hacérsele cuesta arriba seguir a sus pares internacionales. Por el lado del Gobierno, el presupuesto de emergencia aprobado el año pasado, poscrisis de octubre, ya contempla un aumento de la deuda neta de Chile de más de US$ 17 mil millones y un déficit fiscal de 4,5% del PIB. Es decir, a diferencia de lo que ocurre en el resto del mundo, producto de la crisis de octubre pasado, nuestras autoridades económicas están bastante atadas de manos para hacer frente a los estragos que está generando el coronavirus. Así que, como dicen, la historia no se repite, pero rima. La probabilidad de que el estornudo de la economía mundial cause un resfrío de proporciones en nuestro país es bastante alta. Disrupción y destrucción son una muy mala combinación.

José Ramón Valente
Economista