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Columna José Ramón Valente: “Fumadores (y populistas) pasivos”
28 Agosto, 2020
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Columna José Ramón Valente: “Fumadores (y populistas) pasivos”

En la década de 1950, se estableció con meridiana claridad la relación causal entre el tabaquismo y el cáncer al pulmón. Sorprendentemente, no fue hasta principios de los 80 en los países desarrollados, y principios de los 90 en los países emergentes, que el consumo de cigarrillos experimentó un descenso significativo. En efecto, en Estados Unidos, el consumo de cigarrillos alcanzó su máximo nivel durante la década del 70, con cerca de 11 cigarrillos diarios per cápita para mayores de 15 años (World International Statistics 2017). El consumo se mantuvo en torno a esa cifra por algunos años, hasta que repentinamente, a fines de los años 70, comenzó a caer en forma tan acelerada como había subido.

¿Qué causó la repentina disminución del consumo de cigarrillos? Los expertos coinciden: fueron decisivos los estudios científicos publicados a mediados de los 70, que revelaron que los llamados ‘fumadores pasivos’, aquellos que están expuestos al humo del cigarrillo sin ser fumadores, también podían contraer cáncer. Se estima que durante el siglo XX más de 100 millones de personas murieron a causa del cigarrillo (Jha, P. 2009; Avoidable global cancer deaths and total deaths from smoking, Nature Reviews Cancer, 9 (9), 655.) Increíblemente, no bastó con que los científicos (técnicos) dijeran conclusivamente que fumar producía cáncer para inducir a las personas a dejar de hacerlo. Fue cuando fumar se transformó en algo socialmente indeseable, por la presión de los fumadores pasivos, que el consumo de cigarrillos comenzó a disminuir en forma significativa. Hoy, el consumo per cápita de cigarrillos en Estados Unidos es menos de una quinta parte de lo que era a mediados de los años 70. El siglo XX vio surgir otro cáncer similar al producido por el cigarrillo, pero que afecta a los países en vez de las personas individualmente.

A partir de las sucesivas crisis económicas causadas por la Primera Guerra Mundial, la gripe española y la Segunda Guerra Mundial, surgió en el mundo y particularmente en América Latina el flagelo del populismo. No existen cifras exactas, pero probablemente, el estancamiento económico y las crisis políticas y sociales causadas por el populismo en América Latina han matado a más personas que el consumo de cigarrillos. A modo de referencia, podemos recordar que la mortalidad infantil en Estados Unidos y Argentina eran similares a principios del siglo XX, mientras que en 1990, después de 50 años de gobiernos populistas en Argentina, la mortalidad infantil de nuestros vecinos trasandinos triplicaba la que había en Estados Unidos en el mismo año. Hay un paralelo interesante que hacer entre el tabaquismo y el populismo. Los científicos (técnicos), han estudiado el populismo y concluido que es un verdadero cáncer para las sociedades. Como el tabaco, el populismo produce una satisfacción inmediata que a la larga genera la muerte de las sociedades. Aun así, igual que en el caso de los fumadores, quienes practican el populismo activamente en la arena política y en las redes sociales han hecho caso omiso de las advertencias de los técnicos y siguen más activos que nunca.

Hasta ahora, igual que ocurrió con el consumo de cigarrillos, quienes son populistas pasivos —es decir, los que sufrirán del cáncer causado por el populismo— no parecen muy interesados en detener a los viciosos. Nos falta identificar ese argumento, ese estudio científico, ese líder, que logre activar a los populistas pasivos de la misma forma en que a fines de los 70 se logró activar a los fumadores pasivos. Solo podremos derrotar el populismo y al cáncer que provoca en la sociedad cuando los populistas pasivos encaren a los populistas activos, de la misma forma que los fumadores pasivos lo hicieron con los fumadores activos. Son los millones de populistas pasivos quienes tienen que enrostrarle al puñado de populistas activos que su vicio no va más. Normalmente, no existen balas de plata que permitan cambiar de un día para otro la conducta de los miembros de la sociedad. Pero si todos contribuimos un poco, la suma de esos pequeños aportes puede generar un cambio copernicano. Un primer paso podría ser que cada proyecto de ley que se presente en el Congreso, ya sea proveniente del Ejecutivo o como moción parlamentaria, cuente con un informe de impacto regulatorio.

Es decir, un informe técnico que muestre no solo los beneficios de la iniciativa legal, sino que también los potenciales perjuicios o inconvenientes de la misma. ¿Parece de Perogrullo, verdad? Bueno, sabrá Ud. que hay un proyecto de ley que fue ingresado por el Ejecutivo en agosto de 2018 (Pdl Productividad) que se hace cargo de este tema. La metodología y las capacidades para realizar dichos estudios ya existen y están radicadas en OPEN, la Oficina de Productividad y Emprendimiento Nacional dependiente del Ministerio de Economía. Solo estamos a la espera de que el Congreso tramite dicha iniciativa con la celeridad que requiere. Más que mal, solo un populista activo podría oponerse a una iniciativa como esta. ¿Cierto?

Fuente: El Mercurio[:]