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Chiflota
20 Abril, 2020
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  • Insights

Chiflota

José Ramón Valente: “…¿qué haremos cuando termine la emergencia del coronavirus? ¿Quedarnos pegados por más de dos años, discutiendo las bases de nuestra convivencia en sociedad, como si fuéramos una nación en formación?…”.

Si bien no podemos cantar victoria todavía, los científicos hoy día creen que el coronavirus causará un número de muertes sustancialmente inferior al que se preveía hasta hace solo unas semanas. El director del Institute for Health Metrics and Evaluation (IHME) de EE.UU. señaló el pasado 10 de abril que nuevas estimaciones sugerían cerca de 60 mil muertes en EE.UU., una importante baja desde la proyección de 240 mil muertes que había anunciado solo una semana antes y ciertamente muy por debajo de las estimaciones iniciales que hablan de cerca de 70 millones de muertos a nivel mundial.

El relativo optimismo que muestran las cifras recientes de contagiados, enfermos y muertos, nos ha llevado al siguiente dilema: por un lado, está la urgente necesidad de que las personas puedan volver a sus trabajos y las empresas puedan volver a funcionar. Por otro, está el riesgo de que, al levantar las medidas de distanciamiento y confinamiento, el número de contagios vuelva a expandirse rápidamente.

Las pérdidas humanas provocadas por esta pandemia son, sin duda, la cara más triste de lo que está ocurriendo. Por su parte, el daño colateral sobre la economía mundial que está generando el aislamiento y el confinamiento va a mostrar su peor cara en los próximos meses. El FMI estima que la crisis económica producida por el covid-19 será la más grande desde la depresión de los años treinta. En nuestro país durante las últimas semanas las perspectivas económicas han empeorado significativamente, con estimaciones de una contracción de entre 2% y 4% en 2020. La mayor desde la crisis del 82-83.

Si queremos mirar el vaso medio lleno, podemos estar confiados de que superaremos esta crisis y encontraremos la forma de seguir progresando tal como lo hemos hecho consistentemente al menos en los últimos 250 años. El ingreso per cápita en EE.UU. es hoy nueve veces superior al de principios del siglo pasado, a pesar de la Primera Guerra Mundial, la gripe española, la depresión del 30, la Segunda Guerra Mundial y la gran crisis financiera del 2008-2009, por nombrar solo algunas de las dificultades que tuvieron que enfrentar durante dicho período.

Sin embargo, otros países no tuvieron el mismo desempeño. Por ejemplo, España tardó casi medio siglo en recuperar un nivel de bienestar similar al que tenía en 1900, en comparación con EE.UU. Chile tardó 70 años y Argentina hasta ahora nunca lo ha recuperado. En 1930 los argentinos tenían mayor nivel de ingreso por habitante que España y que Chile (25% y 95% más, respectivamente) y tan solo un 25% menos de ingreso per cápita que EE.UU. Hoy, españoles y chilenos tenemos mayor ingreso per cápita que los argentinos y el ingreso de los norteamericanos más que triplica al de nuestros vecinos trasandinos. En otras palabras, se podría decir que Argentina nunca ha logrado recuperarse de las heridas que le dejó la depresión de los años 30 y las políticas populistas que surgieron a partir de dicha crisis.

No es el coronavirus lo que definirá el futuro bienestar de los chilenos, es la forma en que nosotros mismos enfrentemos los desafíos que vendrán una vez que esta pandemia comience su retirada. En estos días de cuarentena, voluntaria u obligatoria, todos hemos sido bombardeados de memes, fotos y todo tipo de videos en las redes sociales. Entre todos ellos me llegó una famosa frase de Les Luthiers, que decía: “Lo importante no es ganar, sino hacer perder al otro”. Es justamente esa filosofía la que probablemente ha impedido el progreso de nuestros vecinos trasandinos. Mientras los norteamericanos estaban pensando en cómo poner un hombre en la Luna, los argentinos estaban tramando cómo traspasar la Chiflota a otro argentino.

¿Qué haremos los chilenos cuando termine la emergencia del coronavirus? ¿Desangrarnos en discusiones bizantinas sobre si el desempleo y las quiebras de empresas son culpa del gobierno, de los empresarios, de los políticos o de la Divina Providencia? ¿Quedarnos pegados por más de dos años, discutiendo las bases de nuestra convivencia en sociedad, como si fuéramos una nación en formación? ¿Nos vamos a quedar jugando Chiflota por los próximos 70 años, como nuestros vecinos argentinos, o trabajaremos todos juntos para poner un hombre en la Luna, como lo hicieron los norteamericanos?

Todos tenemos algo que aportar para salir adelante de esta crisis. Sin embargo, la mayor parte de la responsabilidad está en nuestra clase política. Es la estabilidad y resiliencia de las instituciones democráticas (Constitución, Corte Suprema, Gobierno, Congreso, etcétera) durante y después de las crisis lo que ha permitido generar en EE.UU. un ambiente propicio para la innovación, el emprendimiento, la inversión y el progreso sostenido. Es el debilitamiento de las mismas, a partir de la crisis de los años 30, lo que ha hecho que los argentinos sigan jugando Chiflota.

José Ramón Valente