Skip to content
Columna José Ramón Valente: Vinieron por ellos y no dije nada…
17 Abril, 2021
-
  • Columnas de Opinión,
  • Insights

Columna José Ramón Valente: Vinieron por ellos y no dije nada…

José Ramón Valente: “A partir del 18 de octubre de 2019, el coqueteo de la sociedad chilena con el anarquismo y el autoritarismo se ha vuelto evidente”.

Recuerdo que mi amigo Eduardo Valenzuela había ganado los Panamericanos del 79 y tenía marca para representar a Chile en los 1.500 metros planos en las Olimpiadas de Rusia en 1980. Lalo, como le dicen sus amigos, había dejado la vida entrenando, estaba en su mejor momento y muy ilusionado de romperla en Moscú. Sin embargo, la decisión del gobierno de EE.UU., secundada por el gobierno de Chile, de no participar en las Olimpiadas de Rusia, frustró para siempre las opciones de mi amigo de participar en una Olimpiada.

Acemoglu y Robinson, en su libro “The Narrow Corridor”, recorren la historia de numerosos países que se han debatido entre el anarquismo y el autoritarismo, para concluir que el pasillo por donde transitan las sociedades de hombres libres es muy estrecho. Son muy pocos los países que han logrado un equilibrio estable entre un Estado suficientemente poderoso para mantener la paz con los vecinos y garantizar la sana convivencia entre sus ciudadanos, y un Estado suficientemente limitado por la sociedad para evitar que este estrangule la libertad de esos ciudadanos.

El equipo femenino chileno de fútbol clasificó la semana pasada por primera vez a una Olimpiada. Una tremenda hazaña que se ha difundido profusamente por la prensa y de la cual todos estamos muy orgullosos. ¿Se imagina que el Congreso chileno decidiera prohibirle a la roja femenina viajar a Tokio, como lo hizo el Estado chileno con mi amigo Lalo en 1980? Impensado diría usted. No tanto diría yo.

Chile ha transitado desde 1990 por ese estrecho corredor del que habla Acemoglu y Robinson. Pero a partir del 18 de octubre de 2019, el coqueteo de la sociedad chilena con el anarquismo y el autoritarismo se ha vuelto evidente. Primero —conforme a las encuestas—, una mayoría de chilenos se manifestó a favor de la violencia como forma de presión para producir cambios, avalando y justificando la destrucción y los saqueos que asolaron decenas de ciudades a lo largo de Chile a fines de 2019 y comienzos de 2020. Ahora, una mayoría de chilenos se hacen los lesos, con la esperanza de recibir un chequecito, mientras el Congreso se salta abiertamente la Constitución para permitir retiros de los fondos de pensiones, impuestos a un grupo específico de chilenos y quizás cuántas otras materias más que estarán por venir.

El problema con esta forma de gobernarnos es que todo está bien mientras no nos toque a nosotros ser al que dejaron sin ir a las Olimpiadas. Bien lo saben las cientos de miles de pymes que no pudieron comercializar sus productos en las últimas dos semanas.

Lo que nos enseña la historia es que cuando la sociedad pierde la capacidad de controlar el anarquismo y el totalitarismo y sale del estrecho corredor de la libertad, las cosas parten suaves, pero el pudor y la capacidad de asombro se pierden rápidamente. En Chile, hace cuarenta años estaba prohibido comprar dólares. En Cuba está prohibido viajar fuera de la Isla; en Venezuela, a Chávez se le ocurrió fijar el cambio de hora de a media hora en vez de una hora completa, y en China, Mao decidió que las familias podían tener un solo hijo.

Si hoy aceptamos que los violentistas quemen nuestras ciudades usando la bandera de la reivindicación social y que nuestros congresistas invadan las atribuciones del Presidente y pasen por arriba de la Constitución, ¿qué podría detener nuevas manifestaciones violentas cuando se termine la pandemia y tengamos más pobreza, más desigualdad y más desempleo que en octubre de 2019? ¿Qué habría de impedir que el remanente de las cuentas individuales de los trabajadores en las AFP sea destinado por el Congreso para cubrir las necesidades del momento? Podemos tener la Constitución, las leyes y el Presidente que queramos, pero si como sociedad no respetamos, por conveniencia circunstancial, las normas de convivencia que nosotros mismos nos damos, un día nos van a dejar sin ir a las Olimpiadas, igual que a mi amigo Eduardo Valenzuela.

En esta coyuntura de nuestra historia bien vale recordar, una vez más, la famosa frase de Martin Niemöller: primero vinieron por ellos y no dije nada, ahora vienen por mí y no tengo nadie que me defienda.