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Finalmente somos nórdicos, ¿o no?
10 Agosto, 2021
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Finalmente somos nórdicos, ¿o no?

JOSÉ RAMÓN VALENTE:  ‘LA PRETENSIÓN DE GASTAR COMO PAÍS NÓRDICO CHOCA CON LA REALIDAD DE QUE NECESITAMOS CONSEGUIR CERCA DE US$ 25 MIL MILLONES AL AÑO DE PLATA QUE EL FISCO NO TIENE’.

Desde hace poco más de una década que ronda la idea entre la elite chilena que Chile debiera emular el modelo de desarrollo de los países nórdicos. Las imágenes de los coloridos edificios de Ámsterdam, los ciclistas felices circulando por las calles de Copenhague y la maravillosa arquitectura de la ópera de Oslo, sin duda, evocan el mundo feliz que desearíamos para nosotros mismos.

Los progresistas de izquierda, cuya figura más visible en su momento llegó a ser Andrés Velasco, están convencidos de que los bienes públicos (educación, salud, pensiones, plazas y parques, etc.) provistos por el Estado debían aumentar significativamente para que Chile pueda aspirar a la calidad de vida de Holanda y sus vecinos. Hace 15 años se planteaba que, para que fuese posible, era imprescindible hacer crecer el Estado hasta que representara al menos un 30% del tamaño de la economía.

En los albores de esta discusión, durante el primer gobierno de Michelle Bachelet, el tamaño del Estado era aproximadamente un 20% del total de la economía. Este porcentaje fue subiendo; sin prisa, pero sin pausa. De esta manera, antes de que comenzara la pandemia, el tamaño del Estado había escalado hasta representar un 25% de la economía. Producto de las contundentes ayudas, supuestamente temporales, que ha producido el Estado para ir en auxilio de los chilenos durante la pandemia, el tamaño del Estado a fines de este año será aproximadamente un 33% del total de la economía.

Este aumento parece haberse dado simultáneamente con la expansión de las preferencias de la sociedad chilena por un modelo de desarrollo con más Estado. Una muestra de ello podría ser la elección de Sebastián Sichel, otrora correligionario de Andrés Velasco, como representante de la centroderecha en un contexto en que su principal contendor en las primarias, el candidato de la UDI Joaquín Lavín, se había autoproclamado socialdemócrata. Esto, sin mencionar que tanto las candidaturas de Boric como Jadue plantearon en su momento la necesidad de aumentar los impuestos en 10 puntos porcentuales como proporción del tamaño de la economía. Dado lo anterior, podríamos suponer que el aumento del gasto público y del tamaño del Estado llegó para quedarse en Chile.

El problema es que los gastos hay que financiarlos con ingresos. Este año nuestro déficit fiscal será de aproximadamente el 10% del PIB. En otras palabras, la pretensión de gastar como país nórdico choca con la realidad de que necesitamos conseguir cerca de US$ 25 mil millones al año de plata que el fisco no tiene. Veamos rápidamente con qué alternativas contamos.

La que está más a la mano es aumentar el endeudamiento. Los analistas coinciden en que hay espacio para hacerlo. El problema es que al ritmo de US$ 25 mil millones por año, esa fuente de financiamiento debiera agotarse en unos tres a cinco años. Después de eso, si alguien nos quiere seguir prestando, será a tasas extremadamente altas.

En segundo lugar están los impuestos. ¿Qué impuestos? Alternativa 1: el IVA. Ya es alto y lo pagan proporcionalmente más los más pobres (pagan más en proporción a sus ingresos porque no tienen capacidad de ahorro). Alternativa 2: impuestos corporativos. El impuesto a las empresas es de 27%, muy por sobre la media de la OCDE. Subirlo más implica dejar fuera del mercado a las empresas chilenas que compiten en un mundo cada vez más globalizado. Alternativa 3: el impuesto a los súper ricos. Suena bien. Lamentablemente, la evidencia internacional muestra que este impuesto no recauda más de 1% del PIB en ningún país, y nosotros necesitamos 10 puntos del PIB. Alternativa 4: exenciones tributarias. ¿Seriamente alguien cree que puede subir el impuesto al diésel? El problema de las exenciones es que o tienen padrinos políticos o sirven un propósito importante como incentivar el ahorro y la inversión, por lo que tampoco se ve muy promisorio el panorama por ese lado. Alternativa 5: evasión tributaria. Aquí parecería haber mucha plata. Sin embargo, más que una reforma tributaria, esto requiere de una reducción significativa de los niveles de informalidad en el país. Ojalá hubiera la suficiente cohesión política para una política que reduzca la informalidad, pero las señales hasta ahora van en sentido contrario. ¿Han escuchado a alguien reclamar por el comercio ambulante o por el aumento de las personas trabajando sin contrato o por los cientos de miles de comercios informales que venden a través de las plataformas tecnológicas?

Lamento esta enumeración un tanto larga y tediosa, pero era necesaria para develar el elefante en la habitación. La única forma de gastar como país nórdico es recaudar impuestos como país nórdico. ¿Cómo así? Los países nórdicos tienen tasas de impuestos a la renta sobre la clase media acomodada que son hasta 20 veces superiores a las que cobramos en Chile. Los nórdicos que ganan dos veces el salario medio de la población pagan impuestos sobre sus ingresos de entre 20% y 35%; en Chile se paga entre 1% y 2%. En nordiclandia todos reciben, pero la mayoría paga. En Chile todos quieren recibir y nadie quiere pagar. Esa es la verdad incómoda de nuestro sistema tributario. ¿Quién se atreve a decirle esto a la gente? Probablemente ningún candidato.

Por lo tanto, en lo que a gasto fiscal se refiere, solo nos queda esperar que los candidatos digan una cosa como candidato y hagan otra como presidente. De no ser así, a apretarse los cinturones que las finanzas públicas van en ruta de colisión mucho antes de lo esperado.