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La envidia es una mala consejera
25 Abril, 2022
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  • Columnas de Opinión

La envidia es una mala consejera

La envidia es una mala consejera

José Ramón Valente: Si Chile hubiese seguido creciendo 5% al año desde 2010 hasta ahora, el ingreso per cápita de los chilenos sería hoy un 37% mayor al que efectivamente tenemos.

El progreso en las condiciones materiales de vida de los seres humanos ha sido muy esquivo durante la historia. Hoy nos parece natural que los niños no se mueran al nacer, que podamos tomar agua de la llave, que vivamos para conocer a nuestros abuelos y que la gente no camine descalza por la calle. Lo cierto es que hace tan solo cien años, ninguna de estas cosas estaba al alcance de la gran mayoría de los seres humanos y menos de los chilenos. Solo hace poco más de 250 años, gracias al crecimiento económico producido por la Revolución Industrial, las personas comunes y corrientes comenzaron lentamente a aspirar a condiciones de vida similares a las que históricamente estaban reservadas solo para faraones, emperadores y reyes. Para que se haga una idea: en el Palacio de Versalles, la construcción más elegante y admirada del mundo en el siglo XVIII, no había ni un solo baño; la mortalidad infantil en Chile en 1900 era superior al 25% y la pobreza extrema en Latinoamérica a mediados del siglo XIX, de acuerdo con datos recopilados por la OCDE, superaba el 70% de la población. Nada más falso que aquel refrán que dice ‘todo tiempo pasado fue mejor’.

El crecimiento económico no se da naturalmente. Nacemos sin ropa y sin un techo donde cobijarnos y nuestra comida, con toda razón, tiende a escaparse de nosotros. Tan esquivo es el crecimiento que, de acuerdo con datos recopilados por Angus Madison, entre el año cero y el 1500, el ingreso per cápita en el mundo permaneció constante. Bajo esas condiciones la única forma de progreso para un ser humano era quitarle parte de lo suyo a otro ser humano. No es raro, entonces, que de acuerdo con Our World in Data, entre el año 1500 y el año 1750 las grandes potencias mundiales estuvieran en guerra un 90% del tiempo.

Lo que sí parece ser natural es la creatividad y las ganas de progresar de los seres humanos. Pero estas características solo se traducen en mejores condiciones de vida si las instituciones que regulan la convivencia de los países son las correctas. El contraste entre Corea del Sur y Corea del Norte, entre los cubanos en la isla y los cubanos en Miami y los alemanes de un lado u otro del muro, por nombrar solo algunos de los ejemplos disponibles, sustentan la anterior afirmación. Los mismos seres humanos con libertad para emprender y disponer de lo que han creado son capaces de mejorar su vida y de todos aquellos que viven en la misma comunidad que ellos. Por el contrario, privados de libertad y de sus derechos de propiedad, permanecen en la miseria.

Hace ya largos años la sociedad chilena está siendo bombardeada desde el mundo de los intelectuales de izquierda con la idea de que la única forma de progreso para la mayoría es la redistribución de los ingresos desde las minorías más acomodadas. Tanto va el cántaro al agua que hoy un alto porcentaje de chilenos, especialmente las generaciones más jóvenes, se ha convencido de esa consigna. La crisis económica de 2008 y la aparición de líderes políticos e intelectuales en el mundo que adhieren a esa misma idea, como Berny Sanders (EE.UU.), Jeremy Corbyn (RU) y Thomas Piketty (Francia), también han contribuido significativamente a la popularidad de que es la desigualdad y no el progreso económico la tarea más urgente de los gobiernos y sus políticas públicas. El problema es que quitarles masivamente a unos para darles a otros destruye los incentivos para trabajar y crear y termina por empobrecerlos a todos. De hecho, en nuestro país desde que la retórica de la desigualdad se apoderó de nuestra política, las redes sociales y de las conversaciones familiares, la llama del crecimiento económico comenzó a apagarse. Mientras hace 10 años aspirábamos a crecer 5% al año, ahora nos contentamos con poco más de 2% al año. Un ejercicio simple nos muestra que si Chile hubiese seguido creciendo 5% al año desde el 2010 hasta ahora, el ingreso per cápita de los chilenos sería hoy un 37% mayor al que efectivamente tenemos. Seríamos tan ricos como España y en vez de eso somos un poco menos ricos que Panamá. Más aún, los ingresos del fisco serían cuatro puntos porcentuales mayores a los actuales (aun con menores tasas de impuestos). Es decir, no se requeriría ninguna reforma tributaria para ejecutar el programa del actual Gobierno.

La impronta redistributiva y el desprecio por el crecimiento económico como forma de progreso de la mayoría solo pueden empeorar la tendencia que ya viene manifestándose en los últimos diez años. Si la historia nos sirve de guía, las políticas del actual Gobierno y la nueva Constitución (de aprobarse) harán de Chile un país más pobre y más violento.