Skip to content
La porfiada realidad
24 Enero, 2022
-
  • Columnas de Opinión,
  • Insights

La porfiada realidad

 

La porfiada realidad

José Ramón Valente:

“El programa del Presidente Boric, al poner los prejuicios por sobre los datos, parte de premisas equivocadas’.

‘Mi rol es buscar acuerdos que hagan viables las reformas’. Estas fueron las palabras de Mario Marcel al ser consultado por su decisión de aceptar el cargo de ministro de Hacienda del gobierno de Gabriel Boric.

[/vc_column_text][vc_column_text]Si algo saben los banqueros centrales es que cada palabra debe ser muy bien evaluada antes de ser incluida en sus comunicados. En este caso hay dos palabras muy importantes en el comunicado del expresidente del Banco Central. El utiliza la palabra ‘viable’. La interpretación que se le ha dado a esa palabra es muy positiva. El contenido de ese vocablo ha sido interpretado como: no vamos a sacrificar ni la responsabilidad fiscal ni el buen funcionamiento del mercado de capitales para lograr nuestros objetivos. La segunda palabra relevante es ‘reformas’. Mientras viable ha sido motivo de análisis y ha concentrado casi toda la atención y la buena onda con Mario Marcel, la palabra ‘reformas’ ha pasado bastante inadvertida.

Las reformas que están contenidas en el programa del gobierno entrante tienen un eje central clarísimo: La reducción del poder de las élites (cualquiera sea su definición). En el plano económico esto tiene un correlato muy claro también: la redistribución de la riqueza. La justificación moral para despojar a la élite de su riqueza provendría supuestamente de que esta ha sido amasada en base al aprovechamiento de privilegios de larga data, que permitieron que un pequeño grupo de chilenos se apropiara de dicha riqueza a expensas de la gran mayoría de los chilenos. En otras palabras, la riqueza de la élite tendría un origen ilegítimo. De no haber existido los privilegios, Chile sería un país mucho más igualitario, donde los ricos serían menos ricos, y los pobres, menos pobres. Los relatos deben tener algo de verdad para ser creíbles. Pero hay que tener cuidado con las verdades a medias, uno podría quedarse pegado en la mitad incorrecta.

La verdad es que Chile es básicamente un país de nuevos ricos que se han ganado la plata trabajando en un ambiente altamente competitivo. Cierto, en todo rebaño hay ovejas negras y Chile no es la excepción. Pero la regla es que la riqueza actual de Chile se generó con trabajo, esfuerzo y creatividad en un ambiente crecientemente competitivo y no a punta de pitutos. Un estudio reciente del Banco Mundial (BM) le da un buen sustento técnico a esta afirmación. En efecto, en su informe ‘The changing wealth of nations 2021’, el Banco Mundial analiza la evolución de la riqueza de un grupo importante de naciones, entre las que se incluye a Chile, desde 1995 hasta 2018. Una de las conclusiones importantes que se derivan de dicho análisis es que cerca del 66% de la riqueza actual en Chile ha sido creada en los últimos 23 años. Extrapolando las cifras del BM para extenderlas en el tiempo, se llega a la conclusión de que cerca de un 75% de la riqueza en Chile fue creada en los 30 años previos al estallido de 2019.

El estudio del BM entrega otro dato extremadamente valioso para nuestros noveles gobernantes: del total de la riqueza de Chile, un magro 11% corresponde a recursos naturales y tan solo un 28% a la riqueza creada. La inmensa mayoría de la riqueza en nuestro país, un 61,5%, corresponde al capital humano de los chilenos. ¿Por qué es tan importante este dato? Porque la reforma tributaria delineada en el programa de gobierno, y que ha sido refrendada recientemente como el proyecto más prioritario del gobierno entrante, desconoce completamente este hecho. De acuerdo a los datos del BM, si queremos hacer una reforma tributaria en Chile para mejorar significativamente la distribución de la riqueza, esta no será posible si solo nos concentramos en los recursos naturales (royalty) y en la riqueza creada (impuesto corporativo e impuesto al patrimonio), dado que estos en conjunto representan menos del 40% de la riqueza total del país. Necesariamente tendremos que recurrir a un impuesto al capital humano. Como no podemos esclavizar a la gente y no podemos recaudar impuestos apropiándonos directamente de una parte del cerebro de las personas, la única manera de hacerlo es en forma indirecta cobrándoles impuesto por los ingresos que perciben por su trabajo. Sin embargo, en el programa de gobierno se plantea que en la reforma tributaria que se aplicaría para recaudar 5 puntos porcentuales del PIB tan solo 0,2 puntos porcentuales vendrían de impuestos al ingreso. O sea hay una abierta y flagrante desconexión entre la realidad y los sueños del programa de gobierno.

Ahora bien, la guinda de la torta de todo este análisis es que la riqueza contabilizada como capital humano solo se puede generar en la medida que dicho capital humano se utilice de manera productiva. Se necesitan proyectos mineros para los ingenieros en minas y puentes para los ingenieros calculistas. Si tenemos ingenieros manejando Uber, la riqueza del capital humano desaparece. Dado que el capital humano es más del 60% de la riqueza de Chile, la implementación del programa de gobierno del Presidente Boric, que le pone un palo a los rayos de la bicicleta de la inversión y el crecimiento económico, en vez de servir al objetivo deseado de reducir la desigualdad en Chile, corre el riesgo de transformarse en la peor máquina destructora de bienestar y riqueza que hayan conocido los chilenos.

En mi opinión, el programa del Presidente Boric, al poner los prejuicios por sobre los datos, parte de premisas equivocadas. Más aún, incluso, si las premisas fueran correctas, los instrumentos que se quieren utilizar para ejecutar el programa son incorrectos. Para viabilizar las reformas, Marcel deberá hacer mucho más que detener los retiros de las AFP y reducir el déficit fiscal. El programa de gobierno requiere cirugía mayor, y no me queda para nada claro que el Presidente electo y el resto de sus colaboradores tengan conciencia de esto.